martes, 15 de mayo de 2012

El ateo Tomás


Tomás es un ateo que, como cualquiera, tiene sus creencias. Cree por ejemplo que existe el ateísmo, una palabra que suena incómoda para los creyentes pero que sustancialmente no dice nada. ¿Quién sería el inadvertido ateo que se le ocurrió este término? Pues, contrario al recto uso del sufijo ismo para darle a los ateos una significación a su comunidad hizo todo lo contrario; es decir, el mal uso del sufijo en cuestión hizo indicar lo que el ateísmo no es: no es una doctrina, no es un sistema, tampoco una escuela y mucho menos un movimiento. El ateo Tomás sigue creyendo en el inexistente ateísmo.

Tomás cree que los ateos han contribuido a la humanidad y entonces, con el pecho henchido de orgullo, nombra a Carl Sagan y a Richard Dawkins. El distraído Tomás no se percata que las contribuciones de Carl Sagan fueron como astrónomo y astrofísico, y que Richard Dawkins hizo lo propio como etólogo, zoólogo o teórico evolutivo. Bueno, es que Tomás cree que ateo es un título universitario de alguna imaginaria disciplina científica.

Tomás también cree que la Teoría del Big-Bang es la verdad del origen del universo, cuando en realidad es sólo una teoría, una suposición, una creencia científica, como otras aunque menos aceptadas. Es que Tomás se ha convertido en un testigo de esa teoría, en un ateo que manifiesta su fe en las creencias de los científicos, en un suscrito testigo de la ciencia que nos recuerda a esos otros testigos cristianos. Lo que sucede es que a Tomás le pasa como a los católicos: los científicos son para Tomás como los teólogos son para los católicos.

El ateo Tomás cree que sus pensamientos son un producto electroquímico de su físico cerebro. Así es, Tomás ha abrazado el materialismo como un fervoroso cristiano abraza su Biblia, inclinado y de rodillas. Tomás ha reducido su consciencia, su yo, a una reacción química que produce microvoltios, tal cual una pila electroquímica. Quizás, el ateo Tomás, cree ver los pensamientos producidos por las pilas de su juego electrónico de bolsillo en una pequeña pantalla de colores y en alta resolución.

Tomás se mantiene en su incansable tarea de combatir la creencia de que existe una divinidad llamada Jehová, que también es conocida como Yahvé, pero que todos sus fieles lo llaman Dios. Tomás ha invertido una gran cantidad de tiempo encorvándose frente a la pantalla de su desgastada computadora, golpeteando su tableta de botones, atropellándose con las palabras y maltratando el idioma, en su afán por negar la existencia de lo que no existe. Sí, no lo dije mal: niega la existencia de lo que no existe. O sea, en cristiano, Tomás niega la existencia del inexistente Dios.

¡Ah, pero el ateo Tomás no se ha limitado solo a la negación, también combate cualquier organización religiosa! Talvez sea una reacción desde las profundidades de su subconsciente que se resiste a aceptar que es un creyente modificado, un creyente moderno. Para Tomás la ciencia es su dios omnipotente, omnipresente y omnisciente. Cada renombrado científico ateo es el mesías que reescribe su Nuevo Testamento. Cada teoría científica del origen del universo y de la vida se convierte en su Génesis. Tomás es un creyente evolucionado, un creyente que mantiene al día su materialista Biblia Digital Atea.

El ateo Tomás debería estar agradecido de que se mantenga la creencia en cualquier divinidad, pues de la negación de ellas depende su existencia como ateo. No quiere decir que, acabada la creencia en los dioses, el ateo Tomás desaparezca de forma física, o se convierta en algún tipo de energía como resultado de la colisión de una partícula divina con una partícula atómica, sino que le sucedería como a los guerreros entregados a las batallas heroicas, una vez acabada la guerra viene la paz, pero también viene el aburrimiento y el hastío: la paz es la peor agonía para estos guerreros. ¡Pobre del ateo Tomás cuando desaparezcan las religiones!